domingo, 12 de junio de 2011

Hojas en blanco

AVicente Pueyo le conocí hace casi 25 años, cuando aterricé como «práctica» en Diario de León, en la, para mí, legendaria sede de Lucas de Tuy. Una redacción joven y muy nueva -”media plantilla se había pasado a la competencia-” y con muchas ganas de sacar adelante cada día el mejor periódico.






Vicente, a primera vista me pareció un hombre serio, aunque por encima de su barba, entonces negra, brillaba una mirada entre divertida y curiosa. Por las tardes, la redacción era una sinfonía de máquinas de escribir, un ir y venir a la sala de los teletipos, un subir y bajar las escaleras que comunicaban el taller de montaje con la primera planta, un salir y entrar del director y del redactor jefe a aquel espacio abierto poblado de mesas metálicas con tableros de cristal y gente que levantaba la cabeza de vez en cuando para cantar una noticia o echar unas risas.






Vicente escribía casi de todo. No sé si porque era verano o porque era la costumbre. Crónicas municipales, de cultura, de patrimonio y hasta de salud y medio ambiente cuando aún no se había acuñado este término. Vicente fue un precursor silencioso en muchas cosas. Hizo reportajes de naturismo y de lo que hoy se llama feng shui. Se mereció uno de los primeros Cossío por un espléndido reportaje sobre las Lagunas de Villafáfila. Era un cosmopolita capaz de ver el mundo desde León. C on los melocotones de su tierra (Alcañiz, Teruel) y las naranjas de Valencia (la de Mamen) traía también la suave brisa mediterránea con nuevas ideas.






Bajo su pose de tímido, se escondía un atrevido. Para muestra esta Píldoras que, con el título de «Ocio peligroso», publicó el 28 de agosto de 1986 : «Seguimos produciendo cosas que no hacen falta, que sobran. Se sigue mandando a la calle a la mitad de una plantilla cuando tal vez se podría buscar una solución revolucionaria: que siguieran trabajando todos la mitad del tiempo -”con el riesgo de que sufrieran mucho hasta que se adaptasen al nuevo tamaño de su ocio». Pura y dura actualidad, Vicente.






Le recuerdo, sobre todo, como uno de los periodistas que más escribió de Riaño y más crónicas trajo de Fuensaldaña -”«en mi dos caballos amarillo», me recordó hace bien poco-” cuando la Comunidad era una entelequia sin apenas contenido.






Al terminar el verano regresé a Madrid. Vicente me llamó para trabajos dispares: desde una reunión de alcaldes y pedáneos del valle de Riaño en la que el ministro Cosculluela anunció los primeros desalojos en «muy inmediatos días», hasta la repatriación de los restos del escritor villafranquino Enrique Gil y Carrasco desde su largo descanso en Berlín este. No voy a contar los apuros que pasé en el aeropuerto de Barajas, aunque, visto desde lejos, fue muy divertido.






Ese hombre serio a quien el tiempo blanqueó sus barbas y le hizo un periodista más escéptico de puertas para fuera, me hizo reír muchas veces con su peculiar sentido del humor y con esa afición suya a inventar palabras (iconoplastas, pasos enchepaos...). Asun y yo le pedíamos cuentos por Navidad. Delicias literarias. Están en la hemeroteca. Hay una faceta narrativa y poética inédita de Vicente que se asoma en sus esmerados escritos periodísticos. También le pedíamos que nos cantara joticas para despedir las cenas navideñas. ¡Qué risas pasábamos cuando se hacía de rogar! Era una caja de sorpresas.






Su muerte repentina, brutal, nos ha dejado con una voz menos. Su marcha dolorosa ha servido para airear los males que acechan al periodismo y para reivindicar el periodismorealya . Muchas son «Flatus vocis», palabras vacías, que titulara Vicente en otra de sus Píldoras lejanas. Ya casi nadie cree en este oficio, Vicente, y la minoría que lo hace es muchas veces apartada o jubilada. Como Rosa María Calaf, que el lunes clamaba en Valladolid por el reporterismo frente al «vacío del periodismo».






Poco importa eso ahora. Lo peor es que se fue Vicente, el padre. Él, tan orgulloso como estaba de Natalia. Se fue el marido. El hijo. El hermano. El amigo. Queda el amor en soledad. Y el recuerdo.









jueves, 9 de junio de 2011

Dos historias de amor

Leonard Cohen y Jesús Fernández Salvadores son los hombres de la semana. El cantante canadiense que musicó a Lorca, premio Príncipe de Asturias de las Letras. El fotógrafo de Diario de León, premio Francisco de Cossío de Fotografía. Su segundo Cossío. La voz y la mirada. La pasión y la pericia. El esfuerzo y el respeto a la sabiduría y al buen hacer.


Jesús F. Salvadores, como rubrica sus instantáneas, reflexivas incluso cuando hay prisa, vive de y para la fotografía. Cuando la cámara del Diario le da un descanso, se sumerge con su Leica en aventuras que de una u otra forma buscan retratar a su tiempo y a sus referentes. La pasión por los fenómenos de masas le han llevado a Fátima, a Lourdes... Y no en busca del milagro. Su objetivo enfoca a las diversas manifestaciones de la fe, pasión al fin y al cabo, que arrastra a los santos lugares a miles de personas cada año. Con la misma decisión se coló entre la multitudinaria plañidera durante el funeral del Papa Juan Pablo II en Roma.

Peregrinó a Cristiania, un barrio danés liberado desde hace más de 30 años, tras las huellas de la cultura hippie y recorrió largas carreteras en Estados Unidos en busca de los rescoldos vivientes del Mayo del 68. También se adentró con su cámara en la selva lacandona para retratar los ecos de la revolución zapatista. La Cuba del final del castrismo...

El fútbol, como fenómeno de masas, es otra de sus mecas. En una tinaja guarda, desde hace tiempo, todas las monedas de dos euros que pasan por sus manos para un billete con destino a Brasil 2014. Acariciando sueños y forjando proyectos se insufla dosis de energía para afrontar el día a día, a veces anodino y cargado de inanidad.

La II Marcha Negra puso la épica de la lucha minera al alcance de decenas de cámaras. Jesús F. Salvadores la vivió como un caballero andante del siglo XXI. Bien atento a la experiencia de quienes antes que él -"los abuelos Norberto y Mauricio-" retrataron la I Marcha Negra de 1992. Al acecho de todos los movimientos. En las batallas campales, en la larga marcha y en el recorrido por las cuencas en extinción desde Laciana a Tremor. Su cámara certificó la muerte del pozo Calderón antes de que Victorino Alonso hiciera oficial el cierre de la última mina subterránea de Laciana. El ascensor del pozo vertical, ya clausurado, y las vagonetas apiladas eran las imágenes premonitorias del fin.

Mis fotos preferidas de esa imponente serie son dos historias de amor. La de la niña que contempla la marcha minera arrullando una pequeña pancarta que es toda una declaración de amor y de apoyo incondicional: «Papá, estoy contigo». Una foto que, curiosamente, vimos photoseada hace unos días en ciertas dependencias de la Benemérita: «Papá, estoy con los GRS». Jesús sonrió al verla. Seguramente no vio maldad, sino ese afán que tiene la humanidad por ser querida. La foto impactó (y dio envidia) a los antidisturbios.


La otra foto es la de Marta Álvarez hablando por el teléfono negro de la mina con su esposo Pedro Leite, uno de los encerrados en el pozo Casares de Tremor de Arriba, durante la II Marcha Negra. Marta se despedía cada tarde de su marido: «... Y yo también». Cómplices de amor y lucha desde que se conocieron, camino de Madrid, en apoyo a los mineros encerrados en el pozo María durante los años 90. Ella, de Sosas de Laciana, de la estirpe del carbón; él, de Angola, 17 años de ayudante minero. Las sombras de la noche y la luz mortecina de la garita potencian la dulce firmeza de una lucha silenciosa, cotidiana, incondicional.

No nos dejaron bajar al pozo. Y mira que lo intentamos, Jesús. Hasta nos caimos en una cuneta con el coche por reincidentes. Fue un día aciago. Pero tú hiciste que al final brillara, como siempre. Enhorabuena, compañero