lunes, 9 de noviembre de 2020

Con Zana, en Ciñera



 
Ciñera de Gordón, 04-05-2019


Quiso el azar, primero, y la querencia, con el paso del tiempo, que en los últimos treinta y tantos años haya tenido el privilegio de vivir de cerca el pálpito de la minería y de tratar a los mineros; y sobre todo, de trotar por las cuencas mineras, cuaderno y boli en mano para contar lo que sucedía.

 

A veces se me antoja imaginar que todo empezó cuando, siendo bien pequeña, me percaté de aquel lunar gris antracita que mi padre llevaba incrustado en la frente y empecé a preguntar.

E incluso un poco más atrás porque, quien más y quien menos, se ha calentado con el carbón, e incluso se ha tiznado con sus piedras relucientes de grasa negra en el trasiego de la carbonera a la cocina de casa o a la estufa de la maestra.


Mucho le debemos al carbón. Y a las cuencas mineras. El calor y la luz, la prosperidad de empresas que se esfumaron cual fantasmas y el bullicio de

gentes de todas partes que se acercaban a estos valles lejanos del norte en busca de una oportunidad para vivir. Les debemos también ese hálito de dignidad que los mineros impregnaron en la lucha obrera incluso en los peores momentos del triste final del carbón.


En este devenir, en el que la profesión y la curiosidad personal han alentado en mí un apego a la cultura minera leonesa, me he topado con muchas personas en cuyos ojos he visto el coraje y en cuyas manos se dibujaban las líneas de una vida ganada con esfuerzo y sudor negro. También he visto la tristeza inmensa, las lágrimas de impotencia y la rabia de esposas, padres y madres, hermanos y hermanas, amigos de mineros que perecieron en esos vientres oscuros hoy silenciosos y yermos.

Hace unas semanas, Juan Carlos Lorenzana, Zana, me sorprendió con un mensaje por Twitter, ese patio virtual en el que nos encontramos al menos semanalmente. Luego, por teléfono, me contó que iba a publicar un libro de Relatos Mineros y que quería que se lo presentara en Ciñera.


Es todo un honor estar aquí con ustedes y con Zana y que sea un libro nacido en las entrañas de la minería, de la memoria minera y de la mano de un Minero, con mayúsculas, quien nos trae hoy a esta casa de Cultura de Ciñera es otro motivo de satisfacción.

Poco puedo decirles de este hombre que ustedes conocen mejor que yo. Pero les diré que a Zana le conocí primero de oídas, cuando ya su nombre sonaba entre los influyentes y de prestigio de esta estirpe del carbón de la montaña central. Con el tiempo nos encontramos en las redes, en Twitter, como les decía.


Un tal @Zanalord hacía rodar mi canto cada domingo. Al principio no me di cuenta o no sabía quién era exactamente aquel minero tiznado de carbón cuyos ojos brillaban por debajo de la blancura del casco y que hablaba de la profecía cumplida de una maestra:

“Minero, siempre Minero. Libros, música ajedrez, música, cine clásico y demás hobbies prohibidos. Y, sí tenía razón ella, mi profesora, soy el mismísimo diablo”.


Luego supe que aquel ‘perfil’ era el de Zana. Un ‘lord’ de la cuenca minera de Gordón que había exprimido sus raíces, paternas y maternas, en aquel nombre virtual. Supe que era aquel sindicalista a quien se respetaba tanto dentro como fuera de la mina. Y de quien los compañeros de profesión hablaban siempre con respeto.


Hoy me siento a su lado también con respeto y admiración para presentar sus Relatos Mineros, editados por Eolas y con prólogo de Julio Llamazares.


La pasión por las letras y la buena pluma de este Minero ya las conocía a través de sus artículos en prensa y también por el contenido y la redacción de muchos de los tuit que le he leído.


Ahora he tenido el placer de deslizarme por la rampa de su creatividad. Que un minero nos presente hoy un libro que destila la esencia de los últimos cien años de esta cuenca, de una forma de vida, de sus dolores y quebrantos y de la felicidad y el orgullo que trajo también el oficio del carbón, es ante todo un triunfo personal y colectivo.


La clase obrera luchó, y en ese deberíamos seguir, por el pan y las rosas. Y aquí están esos diez relatos como diez rosas olorosas que seguramente serán semilla de nuevas flores y otras letras. Porque lo de escribir me temo que tiene que algo que ver con lo de picar el carbón. La piedra es dura pero cuando te metes con ella ya no puedes parar.


Relatos Mineros es un libro testimonial, pero no de un solo hombre, su autor, sino de un tiempo y muchas gentes, de un territorio que se transformó con la actividad minera y con el aluvión de seres humanos llegados desde los lugares más insospechados -hasta de Pakistán hay noticias en esta cuenca- para engrasar la maquinaria de una economía autárquica que enriqueció a unos pocos con la sangre de muchos.

 

 Venían de todas partes. Como dice uno de los personajes del relato titulado ‘El primer día del resto de sus días’: “Yo llevo mes y medio aquí -habló el más alto y fuerte de todos ellos- vine desde Galicia en un camión cargado de gente tan engañada y necesitada como yo”.


Relatos Mineros es también como un grito en el silencio fantasmal en el que han quedado sumidas las cuencas tras el cerrojazo al carbón. Una voz clara frente a los tópicos y las maledicencias y también unos trazos de amor inmenso a la memoria personal y colectiva.


En este libro hablan los vivos y también los muertos, se siente el aire frío, helador, de la montaña y los pasos de los minerines sobre la nieve y se presiente el gas silencioso, inodoro e incoloro que es el grisú.

 

 



Se sufre la angustia de los pulmones silicosos y de tantos mineros que temían “meter el hambre en sus casas” a causa de la enfermedad y se comparte la pena con las mujeres enterradas en vida bajo un luto negro “como negro es el carbón que mató a su marido y que a la misma hora arrasó con su vida y con la de sus hijos”.


Hablan esas mujeres a las que se les otorgó el papel de reproductoras de productores en la lógica del capitalismo: “Y todo lo hizo con la resignación y el silencio que de ella se esperaba, pero con la dignidad que ella misma se impuso”, como escribe Zana en Más allá de seis palabras (Como una bola de nieve).


El compañerismo como base de todo lo que se consiguió y de la convivencia en el interior de la mina, el respeto a la experiencia y la veteranía, la bravura y profesionalidad de las Brigadas de Salvamento, las mañas de las empresas para camuflar su responsabilidad bajo la excusa del azar.


Toda la historia de Ciñera y de esta cuenca está presente en estos Relatos Mineros. Pero el autor va siempre más allá de lo local porque lo local es lo universal sin fronteras. Lo dijo Miguel Torga, el médico y escritor portugués.

Y lo dice Juan Carlos Lorenzana, el minero y escritor leonés, cuando escribe ese relato estremecedor ‘A veces el azar, las más no’ en el que saca el internacionalista que lleva dentro y tira del hilo de la historia compartida por tantos mineros en tantos lugares del mundo.


A muchos de ustedes las historias les serán familiares o rememorarán episodios personales, seguramente guardan historias que podrían aumentar hasta el infinito el número de relatos, los posibles principios y finales.


Relatos Mineros nace con la vocación de que esas voces anónimas y silenciadas trasciendan estos valles y montañas y dejen constancia de la épica y del drama del carbón vivida por sus auténticas protagonistas. Como dice el autor: “Se quiere abrir, mostrar, enseñar, más allá de las cuencas mineras, cómo fue que sufrimos, que luchamos, que lloramos y que reímos. Cómo fue que vivimos”


Y, como dijeron las feministas de la tercera ola, las de los años 60 y 70, lo personal es político. Había que contarlo y había que escribirlo.


Con este libro, un minero ha roto la maldición de que “Cuando todo esto acabe, se dijo, aquí no van a quedar más que malos recuerdos”.


Este libro llega justo a tiempo para rescatar esa vida de la tradición oral, del recuerdo y las experiencias vividas, de la genealogía personal y colectiva. Como dice el relato de El Camino “No mueren del todo las cosas, nunca mueren del todo mientras se siga pensando en ellas”.


Hay aquí narrativa, etnografía, memoria e historia. Realidad y ficción fundidas en una piedra de carbón.


Enhorabuena, Zana y enhorabuena Ciñera por contar ya con esta perla en la negrura postrera de la cuenca. 

 

Ciñera, 4 de mayo de 2019

 

Si habéis llegado hasta aquí merecéis saber que fue un acto abrumador por la cantidad de personas que acudieron y por el calor humano que se concentró en la Casa de Cultura de Ciñera.