martes, 15 de septiembre de 2020

La Casa Grande

 



 

 Llueve en septiembre y el ruido del agua en la calle me transporta a aquella casa grande en la que pasé los últimos veranos de mi adolescencia.

Corríamos con los calderos de un lado a otro de la casa.

Ya no ardían los montes y en la cocina olía a pimientos fritos. 

Íbamos de la galería grande y recién encerada a la entrada del servicio, la que separa la cocina del resto de la casa, por donde el agua caía como una cascada por el tejado arrumbado y roto. No había manera de contener aquel torrente. No podíamos tapar nosotras las goteras del tiempo y el olvido.

 


 


Afuera, el magnolio exhalaba su perfume y las flores blancas brillaban como perlas bajo las gotas de agua.

Era el.comienzo del otoño, cuando el silencio se cernía sobre el jardín 

Las voces de los niños ya no se oían y el perro ya no ladraba.

Las patatas eran muy tiernas, tanto que se deshacían en la boca, y la carne me resultó deliciosa por primera vez en mi vida.

 

 

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