viernes, 1 de noviembre de 2013

Todos los muertos

Las personas que vamos perdiendo viven en nuestros recuerdos. Yo no entendía ni compartía lo de ir al cementerio. Con mi padre tuve que ir dos veces: primero cuando le amputaron una pierna. Estábamos esperando a la puerta del quirófano el resultado de la operación, que ya de por sí era traumática, y salió alguien a preguntarnos qué queríamos hacer con la pierna. No teníamos ni idea. Ni lo habíamos pensado ni sabíamos qué había qué hacer. Nos explicaron que algunas personas se desentendían de esas partes del cuerpo que van perdiendo en vida (con lo cual se trataban como desecho sanitario) y que otras preferían enterrarlas. No habíamos hablado con mi padre del asunto, pero cuando él salió del quirófano nos espetó: "¿Dónde está la pierna? Hay que enterrarla". 
 
Cumplimos su voluntad. Avisamos a los del seguro de las pompas fúnebres y se ocuparon de recogerla en el hospital y trasladarla hasta el cementerio, pues así está regulado. Fue muy cómico, aunque parezca mentira, abrir un nicho para enterrar una pierna.Allí estaba la bolsa cuando murió mi padre, casi dos años después. 

Recuerdo que aquel día de febrero, un día soleado y frío, mi primo Miguel, su ahijado, iba detrás del coche fúnebre y delante del mío. Al poco tiempo nos tocó enterrarle a él. Mucho más joven y por una muerte repentina.

No pude ir al cementerio el primer día de Todos los Santos después de la muerte de mi padre. Parece que tenía trabajo. O tal vez miedo a regresar a aquel lugar. Desde entonces no he faltado nunca. Si tengo ocasión me acerco en otro momento del año y le dejo unas flores. Es un ritual. Un pacto con las creencias de mi padre. 

Entonces, miro la tumba de los abuelos y siempre recuerdo que, cuando era niña, mi madre, al igual que todas las demás, nos llevaba al cementerio el Día de Todos los Santos. Con los frutos del ciprés hacían una cruz sobre la tumba de tierra y solía tener mi madre unos claveles chinos de color naranja, o quizá eran crisantemos. Con estas flores hacíamos una cenefa alrededor del sepulcro que se distinguía por elevarse como un rectángulo sobre el suelo del cementerio.

2 comentarios:

  1. Son historias con los muertos de cuando eran vivos o no; esas cosas, a los demás, nos hacen mirarnos dentro ; cómo sería ahora con aquel o aquella cercana que ya no está?. mi padre falleció joven, no conoció a mis hijos , tampoco a mis sobrinos (salvo a la mayor). Un vacío sientes, te pierdes la mirada de tu padre mirando a tu hijo o hija. La mirada honrada y la dignidad del que se fue la sientes como propia y la recoges, a veces es un peso, una herencia de vida y de intenciones. En las encrucijadas de la vida , te paras y preguntas, ¿y ahora él (o ella) qué..?. Cuando vas al cementerio , limpias esa losa con agua fresca, cepillas un poco y pones las flores de temporada, y piensas , ¿dónde están nuestros muertos? . Un abrazo: A G

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  2. Hace poco fui al cementerio, antes de que fuera todo el mundo; estaba solitario, aunque ya había vendedoras de flores a la puerta. Hacía sol, me gustó el paseo. Un cementerio es como una maqueta simbólica de la ciudad de los vivos. Allí están los panteones, con sus puertas de PVC y sus casetas que parecen adosados. Hay tambíen mucho "propiedad de...". Están los obispos, los propietarios, la plebe en sus nichos de propiedad vertical a 99 años. Y luego los muros con sus nombres en metacrilato cuyo emplazamiento nos indicó muy amablemente un sepulturero. Es una realidad simbólica que deberíamos visitar más.

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