Es otoño. Pero aún no ha llegado la lluvia. Luce el sol espléndido en Tabuyo del Monte. Y nos sorprende, atravesando la plaza de los Bolos, una mujer con su pañuelo a la cabeza. Una anciana enlutada toda ella, menos el mandil. Un reluciente delantal azul que parece de domingo y reluce sobre el negro como el día.
Ya son pocas las mujeres españolas, leonesas, que llevan el pañuelo, o la pañoleta, como dicen en mi pueblo.
La mujer vive sola y añora la compañía de su marido, que ya hace nueve años que se marchó ¿a ese cielo azul, azul, que cubre todo Tabuyo y su monte?
La mujer se ayuda de un bastón para encaminarse a un poyo para recibir los rayos de sol de la tarde. En casa, a esas horas y en este tiempo ya hace frío.
Es una imagen de dignidad. De vida sosegada. De añoranza.
Una silueta congelada en el tiempo.
Un pañuelo negro que se extingue.
¿Tienen algo en común nuestras abuelas y esas mujeres marroquíes, en su mayoría jóvenes, que vemos por la ciudad con "pañoleta"?
¿Pertenecen al mismo tiempo?
¿Son igual de libres?
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