Recupero este texto (Queridas Reinas Magas) de la hemeroteca del Diario de León, 24 de diciembre del 2005 al hilo de un debate generado en facebook a raíz de una crítica de Ana Vicente al sexismo reinante en los juguetes: "Nos escandalizamos de los anuncios de detergentes, mientras nos pasa desapercibida una publicidad mucho más lesiva: en horario infantil la television. entre pocoyos -azules por supuesto-, y descerebradas Hannas Montanas, niños y niñas reciben sus correspondientes dosis de expectativas: barbies y cocinitas ante las extasiadas niñas, y velocísimos coches y monstruos de siete cabezas para los niños".
Y tiene toda la razón. Pero lo cierto es que las expectativas de nuestras hijas y de las de nuestras amigas van mucho más allá de lo que la ley del juguete dicta. No hay más fijarse en las estadísticas de la educación. Estoy viendo más problemas en la limitación que se impone a los chicos a la hora de jugar, sentir, pensar...
El rol femenino se ha ido transformado, para bien y para no tan bien; pero el masculino está un poco estancando. A algunos les va bien. A la generación de hombres que está en el poder. Esos son los que luchan, en silente resistencia, para que todo cambie y todo siga igual.
Por eso ahora nos toca actuar en las cosas concretas de cada día. Lo más sencillo. Lo más difícil. No callarnos. No quedarnos quietas. Dejar de ser niñas buenas.
De eso va esta carta que aún sigue vigente.
Queridas
reinas magas...
Queridas reinas magas:
Esta Navidad os toca a vosotras
recibir la carta de los deseos.
Ya era hora, direis. Pues sí, porque
la verdad es que siempre habeis estado
ahí, en el reino de las venturosas,
con vuestra rebeldía y vuestra
generosidad, macerando perfumes
fl orales, pero también amargos,
desde los tiempos del inexistente
jardín del Edén hasta aquí. Pocas
veces se os han reclamado vuestros
cofres fuera de los gineceos.
No tengo grandes cosas que pediros.
Pero sí muchas por las que
daros las gracias, especialmente
este año que viene, el 2006, en el
que aquí, en España, se cumplen
setenta y cinco años del reconocimiento
del derecho de sufragio a
las mujeres.
Decía Clara Campoamor, la gran
sufragista española, que era lo único
que nos había quedado de la II
República y no le faltaba razón,
aunque ahora que se van a cumplir
—vamos de aniversarios— 70 años
del comienzo de la Guerra Civil al
menos se empiezan a rescatar las
memorias de muchas de vosotras,
vuestros nombres y las hazañas
cotidianas que nunca os reconocieron.
Ni sois una, ni tres, sino un millón
por lo menos. Gracias a todas
por haber sido tan impertinentes
al transgredir los papeles que os
asignaron. La herencia que nos
habeis dejado es preciosa. A nosotras
nos toca ahora administrarla y
transmitirla sin dilapidarla.
Tenemos todos los derechos, sí. Y
estamos aprendiendo a ejercerlos,
que no es poco. Pero, las leyes no
son sufi ciente. La violencia hacia las
mujeres está demasiado arraigada
y se hace difícil de arrancar. Aquí,
como os decía, tenemos leyes que
nos protegen. Y aún así hay mujeres
y hombres que han decidido salir
a la calle cada lunes para poner
en evidencia cada nueva muerte
en la plaza de Botines de León.
Los «lunes sin sol» es una batalla
emprendida desde León contra la
complicidad del silencio.
Para estas mujeres y hombres que
no pierden la esperanza de poder
cambiar las cosas y que levantan
la voz contra el conformismo, sí
que os voy a pedir un regalo muy
grande. Son la conciencia de una
sociedad y la voz de las víctimas. Ya
no hay ninguna anónima, aunque lo
que queremos es que no haya víctimas.
Ni aquí, ni en Ciudad Juárez,
ni en Guatemala...
¡Qué grande se me hace el mundo
cuando pienso en la cantidad
de problemas que hay por
solucionar! Y, sin embargo, toda
la felicidad del mundo se puede
guardar en un recuerdo de la infancia,
que es la única patria de las
personas. Pero el mundo está lleno
de vallas.
Yo creo que la Navidad se inventó
para salvar un pedazo de esa patria
universal en la que no entran las
vallas. Y os pido, queridas reinas
magas, que se lo regalais a todos
los niños y niñas del mundo estas y
todas las navidades. Sé que tendreis
muy en cuenta esta petición.
Hay un recuerdo que guardo
amorosamente. Me gustaría que
me ayudarais a conservalo.
Entonces, calentábamos las zapatillas
de andar por casa en el horno
de la cocina económica. Daba un
gusto tremendo calzárselas después
de quitarse los zapatos, sobre
todo cuando estaban calados.
Se acercaban las Navidades y sacábamos
de una bolsa de plástico
las fi guritas de pastores con ovejas,
reyes con camellos, virgen con niño,
san josé y cuna de paja, carpintero
con banco, mujeres lavanderas, un
angelito, herodes y algún romano
despistado. Era un momento mágico,
en el que fabricábamos montañas
con carbón y nieve con harina.
El agua brotaba de un espejo o del
papel de plata del chocolate con leche,
pues no se había inventado el
«albal» y las ovejas pastaban sobre
el musgo que arráncabamos en los
costados de las bodegas.
La vida gira y las cosas han
cambiado mucho. Pero cada año
hay una caja que abrir para sacar
las fi guras guardadas con primor
(y con pereza) el año anterior. Sé
que esto no durará más que una
infancia.
Por eso es una suerte haber descubierto
que existís. Podremos
seguir, como Penélopes, haciendo
y deshaciendo la madeja. Tejiendo
con el hilo de los deseos y de la
sororidad.
A. Gaitero
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