Canto Rodado. 3-06-2012. Por ANA GAITERO
Hace unos días conocí a Ramón Cocera. Está postrado en la cama por un
enfisema pulmonar. Y recibe atención hospitalaria en casa, en
Fuentesnuevas, al lado de Ponferrada. Me sobrecogió su historia. Cuando
tenía nueve años salió de un pueblo de Jaén y se subió a un tren.
Después de un largo viaje y de varios transbordos se apeó en Ponferrada.
Corrían
los años 40 y toda la mano de obra era poca para trabajar en las minas
de carbón. Con tan corta edad fue contratado como pinche del minero en
Victoriano González, la empresa que explotó, hasta 1990, el pozo de
Santa Cruz del Sil donde están encerrados ocho mineros en uno de los
frentes de esta batalla final por el carbón. Detrás de Ramón Cocera vino
toda la familia a Páramo del Sil.
Su caso no fue único. Miles de
personas emigraron del sur a las cuencas mineras en busca de trabajo. En
las últimas dos décadas se ha producido el efecto contrario. Los
municipios del carbón se han vaciado y su destino es como el de un barco
a la deriva que vaga fantasmalmente en medio de la niebla.
Tiene
razón Manolo Sierra. El oficio de minero no debería existir ya. Es un
trabajo duro y penoso. ¿Cuántos han perdido la vida y la salud en los
negros pozos? A falta de otras soluciones y alternativas que no hagan
depender a las personas de oficio tan peligroso hay que defender con
uñas y dientes a los mineros que quedan en León. Son empleos que generan
más empleo a su alrededor. Tres por uno.
El pintor y muralista
lacianiego lo tiene muy claro: solidaridad, sí; pero sólo con los
mineros y sus familias. Me sumo a sus palabras.
En bancarrota
Hoy
el problema de los mineros se diluye en el contexto caótico y pesimista
de un país en bancarrota. El país de Bankia rota, la Bankia de Rato y
ratas políticas varias. Manirrotas ratas que nos han colocado a los pies
de los caballos de Alemania.
Un país que se gobierna a golpe de
ocurrencias. Como en León que tiene un concejal de Deportes que piensa
sacar de la ruina al Ayuntamiento con un campo de pádel. O mucho rico
hay por aquí o mucho me temo que acabaremos comiéndonos en campito, como
nos hemos tragado el grandioso campo de fútbol de Mario Amilivia
rebautizado con el no menos pomposo nombre de Reino de León.
Está
claro que la clase política no nos va a sacar de la crisis, la tremenda
depresión en la que hemos entrado y a la que los gurús del Financial Times
dan por lo menos diez años de vida. Lo mismo que han dejado morir a las
cuencas, dejarán morir al país entero o lo venderán. Vamos a tener que
empezar a rescatar la memoria de los pueblos leoneses, en los que lo
único que se llena son los cementerios. Como el deToral de los Guzmanes
que ya no tiene sitio para más almas.
Hacia la utopía
En
la historia de muchos pueblos hay auténticas gestas de supervivencia.
Como la que relató Ramón Carnicer de la aldea berciana de Villadecanes
que, con el trabajo de sus hombres y mujeres, llevó al pueblo los
«atractivos y comodidades urbanas» en un intento de acabar con la
emigración. Hoy Villadecanes está poco poblada, pero tiene muchas casas
arregladas y no le falta de nada. Es un lugar privilegiado desde el que
se ofrece «la espléndida visión del gran círculo geográfico del Bierzo»,
como escribió Carnicer en 1976. Por cierto, que el villafranquino es
hijo adoptivo de este pueblo donde han bautizado la plaza con su nombre.
Posiblemente
sea una utopía pensar que la iniciativa individual y colectiva,
sumadas, puedan rescatarnos de este estado de caos. No hacer nada es
peor. Es la muerte segura.
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