AVicente Pueyo le conocí hace casi 25 años, cuando aterricé como «práctica» en Diario de León, en la, para mí, legendaria sede de Lucas de Tuy. Una redacción joven y muy nueva -”media plantilla se había pasado a la competencia-” y con muchas ganas de sacar adelante cada día el mejor periódico.
Vicente, a primera vista me pareció un hombre serio, aunque por encima de su barba, entonces negra, brillaba una mirada entre divertida y curiosa. Por las tardes, la redacción era una sinfonía de máquinas de escribir, un ir y venir a la sala de los teletipos, un subir y bajar las escaleras que comunicaban el taller de montaje con la primera planta, un salir y entrar del director y del redactor jefe a aquel espacio abierto poblado de mesas metálicas con tableros de cristal y gente que levantaba la cabeza de vez en cuando para cantar una noticia o echar unas risas.
Vicente escribía casi de todo. No sé si porque era verano o porque era la costumbre. Crónicas municipales, de cultura, de patrimonio y hasta de salud y medio ambiente cuando aún no se había acuñado este término. Vicente fue un precursor silencioso en muchas cosas. Hizo reportajes de naturismo y de lo que hoy se llama feng shui. Se mereció uno de los primeros Cossío por un espléndido reportaje sobre las Lagunas de Villafáfila. Era un cosmopolita capaz de ver el mundo desde León. C on los melocotones de su tierra (Alcañiz, Teruel) y las naranjas de Valencia (la de Mamen) traía también la suave brisa mediterránea con nuevas ideas.
Bajo su pose de tímido, se escondía un atrevido. Para muestra esta Píldoras que, con el título de «Ocio peligroso», publicó el 28 de agosto de 1986 : «Seguimos produciendo cosas que no hacen falta, que sobran. Se sigue mandando a la calle a la mitad de una plantilla cuando tal vez se podría buscar una solución revolucionaria: que siguieran trabajando todos la mitad del tiempo -”con el riesgo de que sufrieran mucho hasta que se adaptasen al nuevo tamaño de su ocio». Pura y dura actualidad, Vicente.
Le recuerdo, sobre todo, como uno de los periodistas que más escribió de Riaño y más crónicas trajo de Fuensaldaña -”«en mi dos caballos amarillo», me recordó hace bien poco-” cuando la Comunidad era una entelequia sin apenas contenido.
Al terminar el verano regresé a Madrid. Vicente me llamó para trabajos dispares: desde una reunión de alcaldes y pedáneos del valle de Riaño en la que el ministro Cosculluela anunció los primeros desalojos en «muy inmediatos días», hasta la repatriación de los restos del escritor villafranquino Enrique Gil y Carrasco desde su largo descanso en Berlín este. No voy a contar los apuros que pasé en el aeropuerto de Barajas, aunque, visto desde lejos, fue muy divertido.
Ese hombre serio a quien el tiempo blanqueó sus barbas y le hizo un periodista más escéptico de puertas para fuera, me hizo reír muchas veces con su peculiar sentido del humor y con esa afición suya a inventar palabras (iconoplastas, pasos enchepaos...). Asun y yo le pedíamos cuentos por Navidad. Delicias literarias. Están en la hemeroteca. Hay una faceta narrativa y poética inédita de Vicente que se asoma en sus esmerados escritos periodísticos. También le pedíamos que nos cantara joticas para despedir las cenas navideñas. ¡Qué risas pasábamos cuando se hacía de rogar! Era una caja de sorpresas.
Su muerte repentina, brutal, nos ha dejado con una voz menos. Su marcha dolorosa ha servido para airear los males que acechan al periodismo y para reivindicar el periodismorealya . Muchas son «Flatus vocis», palabras vacías, que titulara Vicente en otra de sus Píldoras lejanas. Ya casi nadie cree en este oficio, Vicente, y la minoría que lo hace es muchas veces apartada o jubilada. Como Rosa María Calaf, que el lunes clamaba en Valladolid por el reporterismo frente al «vacío del periodismo».
Poco importa eso ahora. Lo peor es que se fue Vicente, el padre. Él, tan orgulloso como estaba de Natalia. Se fue el marido. El hijo. El hermano. El amigo. Queda el amor en soledad. Y el recuerdo.
Qué bonita crónica, Ana. Gracias.
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