Pregón XIV Feria
Vitivinícola de Gordoncillo
Gordoncillensas,
gordoncillenses, autoridades, amigos y amigas, visitantes, gentes del sur de
León:
El vino y su cultura
milenaria nos reúnen un año más en este ritual de agosto de la ya consolidada
Feria Vitivinícola de Gordoncillo. Son ya catorce ediciones. Felicidades: Al
pueblo y a las viñas; a viticultores y a
vuestra bodega. No os puedo nombrar uno a uno, una a una, porque sois mucha y
buena gente la que está detrás de este gran proyecto de desarrollo rural sostenible.
Todas y todos sois protagonistas
y responsables de este festín vitivínicola; como también lo son el Ayuntamiento
de Gordoncillo y su alcalde y Corporación, que no escatiman esfuerzos para que todo
salga a pedir de boca, la plaza se llene de buena uva y el personal se parta de
risa con las acrobacias del humor del Festival Internacional de Payasos. Una
hazaña cultural y estival que, dicho sea de paso, cumple once años.
Mis
parabienes también para las instituciones, entidades y empresas que colaboran
en la decimocuarta Feria Vitivinícola de Gordoncillo: Diputación de León, Junta
de Castilla y León, Gordonzello S.A. y la Asociación Musical Orquesta Ibérica. De
algunas se puede decir que por una vez hacen lo que deben.
Felicidades a Cruz Roja Española, cuya labor social y humanitaria, merece el
reconocimiento con el cuarto premio Semilla que se otorga en esta feria.
Vengo a Gordoncillo con el
encargo de trasegar la palabra. Es un honor. Espero que me salga un buen caldo.
A la entrada he recibido el saludo, casi una bendición, de vuestra
vendimiadora, enorme ella, como el espíritu de todas las mujeres a las que
representa. Fuertes y generosas, anónimas y laboriosas. Sabias.
Al entrar en el pueblo me
han abrazado también las cepas embellecidas con verdes pámpanos y ya cargadas.
Pronto serán despojadas de sus preciados racimos. Pronto rodarán por las manos y
dejarán caer en los cestos las perlas púrpuras y doradas. Pronto darán trabajo
al otoño en las bodegas. Pronto su zumo fermentará en las cubas y degustaremos
las delicias del triunfo. La roja o dorada gloria.
Las viñas y el vino
quieren manos todos los días. Año tras año, siglo tras siglo.
Es una historia antigua,
casi remota, que empezó hace ocho mil años en Irán o tal vez en Armenia. Cuentan
que aquí nos llegó de la mano de los romanos. En el vino reposa la memoria de
nuestra civilización. Y en la barrica del tiempo se ha forjado esta cultura de
la tierra, de ‘Los trabajos y los días’.
De la viña al vino es un
danzar de faenas y una coreografía de la paciencia y del amor, de los momentos
oportunos y de la disciplina. Un trabajo minucioso aprendido de generación en
generación y que la tecnología y los conocimientos científicos han mejorado.
Pero que sigue durando
todo el año como muestra el calendario de San Isidoro, en los grabados de marzo
y septiembre. En tiempo de primavera se ajustaban los cavadores para los
trabajos en las viñas y en vendimias había faena para todo el mundo. Hasta se
cerraban las escuelas.
Al fin, todo el esfuerzo
empleado, desde la primera poda hasta la vendimia y la elaboración del vino,
culmina en las celebraciones dionisíacas. Lagaradas y friegas con uvas de
moratón y bailes mozos, antaño, y ahora esta feria de exaltación de la
viticultura previa a la cosecha.
El vino y la viña son una
cultura cargada de memoria vivificante que alimenta y alienta su futuro desde
el presente.
Mis primeros recuerdos del
vino son muy lejanos pero están aún frescos en una bodega excavada durante ¡quién
sabe cuántos inviernos!, mirando al Esla. En su pequeño lagar vi a mi padre
pisar la uva, momento mágico, a un ritmo cadencioso y preciso después de voltear
los cestos de mimbre cargados de racimos. Recuerdo también las manos
enfroscadas alzando los cestos y serillos al carro en algún barcillar, hoy
inexistente, en aquellas tardes doradas
de otoño.
Inolvidable es el sabor de
las uvas recién arrancadas de la viña y la imagen de los racimos tendidos en el suelo
que se guardaban para el largo invierno y se conservaban en el ‘doble’ o desván
de la casa, sobre papeles que pudieran ser de periódico. Glorioso era el
momento de abrir la espita de la cuba y ver cómo brotaba el vino que parecía
dormido en su interior de roble.
Yo no aguantaba mucho
dentro. No por el frío, sino por el fuerte olor que desprendía. Como si fuera
ajeno a la fragancia de la infancia. Se mojaba el pan con vino y se acompañaba
de escabeche y cebolla. Eran manjares de mayores. Normalmente no participábamos
de aquellas meriendas. Si acaso, nos daban uvas con queso, que saben a beso.
Las bodegas familiares
transformaron el paisaje en un trato respetuoso de la humanidad con la naturaleza
que, dicho sea de paso, en muy pocos sitios han sabido conservar. Y sus
ventanos eran un lugar peligroso y por tanto prohibido al que, de vez en
cuando, nos asomábamos para probar el riesgo. De sus costados arañábamos en
invierno el musgo para preparar el Nacimiento.
Los barcillares, que aquí
llamáis majuelos, ocupaban una gran extensión de tierras de secano al sureste
de mi pueblo, Villaornate. Conozco a una mujer que trajo con ella la viña heredada
aguas abajo del Esla. Naturalmente no arrancó las cepas ni las cargó en una
burra, aunque lo hubiera hecho si hubiera sido posible tamaña empresa.
Vendió la viña que le tocó
de hijuela y compró otra en el que se convertiría en su pueblo después de
casarse. Conocí a otra mujer que faenó en todas las labores del campo y de la
casa. Nunca se casó. Trabajó para toda la familia y ganó muchos jornales como
vendimiadora en los pagos del Prieto Picudo.
Tal era el apego que había
a la tierra, el valor que se le daba a la viña y el movimiento de gente en
torno al vino hasta mediados del siglo XX.
De Irán a Chile, del
neolítico al siglo XXI, de Roma a Hispania, el vino y las viñas traspasaron las
fronteras y sobrevivieron a los malos tiempos. El vino ha sido colonizador de
nuevas tierras y ambrosía de imperios. Moneda de cambio en la economía de
subsistencia y carga de arrieros. Producto de intercambio entre la montaña y la
meseta.
El transporte del vino
está en el origen de empresas como la de Segundo Vivas, de Villamañán, que puso
la primera diligencia entre León y Benavente a finales del siglo XIX.
En el nombre de Gordoncillo
reverberan los ecos de la repoblación por gentes de la montaña, de Gordón, en
la Edad Media. Y por sus tierras atraviesa el Camino Real de Gijón a Toro, los
cordeles de ovejas y derivaciones del Camino de Santiago y de la Vía de la
Plata como hilillos de bulliciosa vida.
El vino fue asunto
principal de cartas comerciales entre Asturias y el sur de León como esta que
Francisco Martín Noval, de Mieres, escribe a Samuel Muñoz, comerciante
fresnerino, en 1907: “Ya sabe la muestra de vino que me ha mandado y el precio
convenido. Suplícole pues que el vino que envase sea todo igual y bien puro. La
barrica es para el consumo de esta su casa así que si lo hay de calidad
superior aunque cueste unos pocos reales más puede adquirirlo y llenarla”.
La estación de Palanquinos
se convirtió en el muelle de flete de estas mercancías en la época esplendorosa
del ferrocarril, dejando atrás las reatas de mulas que hacían el incierto y
peligroso viaje por el puerto Pajares.
El vino y las viñas han
generado flujos migratorios de aquí a allá y de allí a acá. Cuando las viñas enfermaron
las gentes tuvieron que marchar allende los mares. Las plagas de filoxera tuvieron
mucho que ver con la aventura americana que emprendieron no pocos habitantes a
finales del siglo XIX.
La segunda ola migratoria
del siglo XX, del campo a las ciudades, se llevó muchos viñedos por delante en
estas tierras. Fueron arrancadas de cuajo, esta vez sí, escepadas, para dar
terreno a cultivos más rentables o dejar asiento a alguna urbanización de
chalets para solaz de veraneantes.
Una de esas hermosas viñas
rastreras perduró hasta hace pocos años en la carretera de Valencia a
Gordoncillo, como una pieza de museo que la naturaleza y alguna buena mano
conservan primorosamente. Hoy no la he visto al pasar.
En las dos últimas décadas
asistimos a un nuevo período de modernización y expansión de las viñas con el
auge de las denominaciones de origen y la consecución de la que lleva el
marchamo Tierra de León. La distintiva uva de Prieto Picudo con su aguja.
Gordonzello es un ejemplo excepcional
porque es fruto de la unión de un pueblo bajo una moderna fórmula
empresarial.
La cultura del vino revive
y las viñas son el eje del sostenimiento demográfico en el sur de León. En los
últimos años se ha precisado de manos extranjeras, inmigrantes del siglo XXI,
para completar el ciclo productivo.
Ana Gaitero y Urbano Seco. Foto: Armando Medina |
Ahora se exporta el vino y
dicen los expertos que el mercado exterior para nuestros caldos seguirá en
aumento de aquí al 2020. Sin olvidar nunca al mercado interior, incluido el
asturiano, que hay que reconquistar, como decía Pablo San José, elegido estos
días presidente de la Denominación Origen Tierra de León.
La viña y el vino son
mucho más que productos y mercancías. Es la cultura de los trabajos y los días,
de los placeres y la vida, y su poso es lección indispensable para nuestro tiempo.
Un trago que hemos de
beber, con tino y si es necesario con desatino, en estos momentos en los que
nos quieren hacer comulgar con ruedas de molino y prefieren que bebamos del
vino de la ignorancia para que así adormezcamos la conciencia y demos tumbos a la
capacidad de decisión sobre nuestras vidas y sobre nuestros pueblos.
No nos dejemos engañar por
esos intrusos que se hacen pasar por payasos y no tienen ni pizca de gracia.
Los que nos abochornan por el tubo catódico y a quienes un día u otro tendremos
que hacer saltar al vacío, sin colchoneta, o nos atontarán del todo.
Perdón por este arrebato
de mala uva.
Por suerte el Festival
Internacional de Payasos que cada año se celebra en Gordoncillo, unido a su
feria Vitivinícola, nos devuelve la imagen auténtica de un oficio sagrado, como
todos los que se hacen con talento y honestamente. Grandes son los payasos de
verdad; como cueros de vino, diría Sancho.
Vino y humor son viña y
amor. Tinta y poesía. Alegría y sudor.
Una viña es toda una vida
y muchas generaciones más. Una bodega, el templo del vino.
La viña es tierra y el
vino su cielo. Cojamos una copa y miremos sus destellos, fugaces estrellas en
el firmamento en la noche de San Lorenzo. Pensemos un deseo y bebamos su jugo.
¡Feliz y próspera cosecha! |
Con este brindis y con
unos versos de Pablo Neruda, os deseo una próspera cosecha en las viñas y en
vuestra vida. No olvidemos que podrán robar todas las flores, pero no nos
podrán arrancar la primavera.
VINO color de día,
vino color de noche,
vino con pies de púrpura
o sangre de topacio,
vino,
estrellado hijo
de la tierra,
vino, liso
como una espada de oro,
suave
como un desordenado terciopelo,
vino encaracolado
y suspendido,
amoroso,
marino,
nunca has cabido en una copa,
en un canto, en un hombre,
coral, gregario eres,
y cuando menos, mutuo.
A veces
te nutres de recuerdos
mortales,
en tu ola
vamos de tumba en tumba,
picapedrero de sepulcro helado,
y lloramos
lágrimas transitorias,
pero
tu hermoso
traje de primavera
es diferente,
el corazón sube a las ramas,
el viento mueve el día,
nada queda
dentro de tu alma inmóvil.
El vino
mueve la primavera,
crece como una planta la alegría,
caen muros,
peñascos,
se cierran los abismos,
nace el canto.
Oh tú, jarra de vino, en el desierto
con la sabrosa que amo,
dijo el viejo poeta.
Que el cántaro de vino
al beso del amor sume su beso.
Amor mio, de pronto
tu cadera
es la curva colmada
de la copa,
tu pecho es el racimo,
la luz del alcohol tu cabellera,
las uvas tus pezones,
tu ombligo sello puro
estampado en tu vientre de vasija,
y tu amor la cascada
de vino inextinguible,
la claridad que cae en mis sentidos,
el esplendor terrestre de la vida.
Pero no sólo amor,
beso quemante
o corazón quemado
eres, vino de vida,
sino
amistad de los seres, transparencia,
coro de disciplina,
abundancia de flores.
Amo sobre una mesa,
cuando se habla,
la luz de una botella
de inteligente vino.
Que lo beban,
que recuerden en cada
gota de oro
o copa de topacio
o cuchara de púrpura
que trabajó el otoño
hasta llenar de vino las vasijas
y aprenda el hombre oscuro,
en el ceremonial de su negocio,
a recordar la tierra y sus deberes,
a propagar el cántico del fruto.
Ana
Gaitero Alonso
Gordoncillo,
9 de agosto de 2013
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