viernes, 26 de julio de 2013

Anita

Familia Gaitero Alonso. Septiembre de 1973
 
El mundo se despliega sobre un pupitre de madera. Anita roza con la punta de los dedos el mapa de África, las montañas de América y el que sobre el papel coloreado no parece tan lejano Oriente. Las yemas se sumergen en los océanos y mares, el 70% de la superficie del planeta Azul. ¡Uy, ya están mojadas! El mundo que lleva a la escuela, plegado en un atlas, la transporta a capitales lejanas e impronunciables mientras camina por una calle recta y larga. Sobre la tierra deja marcadas, al caminar, sus huellas de siete años. Ayer llovió y hoy hace frío.
La escuela tiene el suelo de madera y una estufa que enciende la maestra con la valiosa ayuda de las chicas, astillas y cartones. A veces la clase se llena de humo y tosen. Sobre la mesa de la maestra hay un busto negro con una abertura en el cráneo por la que, de vez en cuando, deslizan unas monedas. “Es para los negritos de África”, dice la maestra. También bautizan chinitos y chinitas con parte de ese dinero. Dominan el mundo sin darse cuenta.
El techo es lo bastante alto como para que sus cabezas sueñen sin límites. Unas grandes bolas blancas iluminan sus cuadernos y cartillas en los días oscuros, cuando el sol se niega a traspasar las nubes y no hay manera de hacerlo entrar por los ventanales.” Sal solito… caliéntame un poquito”, cantan en el patio.

Iba a llamarme Anita, pero mi nombre es a Ana, a secas. Fue cosa del secretario del Ayuntamiento, don Ulpiano, que era quien realmente mandaba en el pueblo y, por supuesto, en los libros del Registro Civil. "Anita es diminutivo", le dijo a mi padre. Mi madre le había encargado que pusiera a la chica el nombre de su cuñada Anita quien iba a ser la madrina. Ante la puntualización del secretario, Asterio asintió;  seguramente para no liar más la madeja porque, en realidad, mi tía se llama Anastasia. 

En la pila bautismal el cura don Manuel no puso pegas. Ni María, ni Belén... sólo Ana. A algunas monjas se les atragantaba el Ana solitario y se empeñaban en llamarme Ana María. Yo siempre puntualizaba. ¡Menuda era la chavala! Anita sigo siendo para amistades de la infancia y mucha gente de Villaornate. 

Al secretario le gustaba bautizar más que a los curas. Cuando me veía en la calle me decía: "¿Qué hace la chica ye-yé?". Yo apenas levantaba un metro del suelo así que algo había en mí, tal vez la melena o esa cara de pillastrilla, con ojos grandes y boca desmesurada... Así siguió llamándome hasta que el rastro del tiempo se perdió como el polvo de la calle cuando llegó el asfalto y emigramos del campo a la ciudad. Y su rostro y su mando se fueron desdibujando en el espacio democrático y su vejez. Don Ulpiano, qué curioso, hoy me acuerdo de él, hizo algunas cosas importantes por el pueblo. Otro día hablaré de ellas.

 Hoy estoy triste. De luto, sin vestir de negro, por las víctimas del accidente ferroviario de Santiago de Compostela. Hoy, primer día de luto nacional de los tres decretados, el Gobierno se vistió de plañidera, y comunicó, de la manera más fría que cabía esperar, la puñalada trapera asestada a los pueblos. Su nombre: ley de reforma de la Administración Local. DEP

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