lunes, 22 de julio de 2013

EL hombre de las gorjas

Era alto, muy alto, o a mí me lo parecía. Porque en realidad yo era pequeña, muy pequeña. Me colaba entre las faldas de mi madre y contemplaba los peces, aún con vida, en la cesta del pescador. Brillaban, lanzaban destellos de agua dulce. Su olor era como la orilla del río. El hombre hablaba desde lo profundo de su garganta. Como si hubiera salido de otro mundo. Hablaba lo justo. Bogas, barbos, truchas, cangrejos... lo decían todo excepto el precio. Llevaba la cesta y una romana. "Se cortó las gorjas", me dijeron en casa. No entendí nada. Pero sabía que algo le pasaba en la garganta porque siempre, por mucho calor que hiciera, llevaba un pañuelo al cuello. Andando el tiempo supe que aquel hombre, el pescador, se había intentando suicidar cuando fueron a prenderle. No era un ladrón, ni un asesino. Sólo era un obrero comunista. Cosas así y mucho peores pasaron después del 18 de julio de 1936. El caso es que 77 años después, los que vivió mi padre, la herencia aún es terrible. La democracia tiene las gorjas cortadas y no hay cangrejos en el río. 

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